Capítulo VI
Pasaron diez años y Toño se había prometido y casado en ese tiempo. Su esposa Esperanza estaba embarazada y él se sentía henchido de satisfacción, deseaba un varón y le llamaría Tinín.
No había olvidado el dramático día de la muerte de su amigo. Cada año iba a Comillas por esa fecha, y junto a la madre de su compañero, acudía a la iglesia para rezar por él. Su madre nunca perdió la esperanza de que siguiera vivo, además, algunos marineros que volvían de Inglaterra, decían haber visto a un muchacho moreno de ojos claros en una nave corsaria, chapurreando castellano.
Toño había conseguido un préstamo de la familia Corro, y junto con la ayuda de su padre que poseía una gran fortuna tras los largos años que estuvo a cargo del despiece y fundido de todas y cada una de las ballenas cazadas que entraron al puerto, hizo construir aquel ansiado barco, y pasaba grandes temporadas navegando, repartiendo y exportando mercancías de todo tipo, como siempre deseó.
Llevaba en puerto varias semanas a la espera del parto de su esposa. Se podía dar ese lujo, ya que los negocios le iban bien. Pagaba con desahogo su deuda y cobraba los portes por adelantado, antes de comenzar las singladuras. Era conocida su formalidad, como también la limpieza y cuidado de las mercancías, prácticamente en todos los puertos de Europa. Los comerciantes se afanaban en hacer con él los contratos de carga, pues era sabido su buen gusto y refinamiento en las compras; lo mismo adquiría los más delicados perfumes, que aceites, trigo, sedas, incluso gemas o metales preciosos.
El nombre del barco era “Quilla” -la pieza de la barca donde su amigo desapareció, arrastrado por aquella ballena macho-.
Por fin nació su hijo Tinín, el lunes catorce de abril a las campanadas del Ángelus, después de un doloroso y largo parto. La asistió una partera de Santillán, Visitación -la mejor de todas las allí nacidas-, junto con el médico mozárabe del hospital de los peregrinos, venido desde la parroquia de San Tortuaco, en Toledo.
Al día siguiente, prepararon un banquete para celebrar el bautizo de aquel bebé rollizo y sano, envuelto en tantas mantillas que su padre imaginó demasiadas para aquella primavera calurosa, a lo peor ahogaban a su hijo recién nacido, demasiado tapado para su gusto. Ganas le dieron, para celebrarlo, de hacer una salva desde su barco y desplegar todas las velas, en la mayor estaban dibujadas un par de tt cruzadas, que simbolizaban la amistad de los dos muchachos; quizá al llenarse de aire, las viera su amigo desde las alturas.
Toño vio entrar desde lo alto de la iglesia, un barco de hechura diferente, preparado para navegar con rapidez y con negros cañones asomando en los costados, llevaba izada una gran bandera con un dibujo. Aquel martes sería un día a recordar, y no solamente por el bautizo de su hijo.
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