Hoy, Día del Libro y aún en periodo de cuarentena, qué lectura podría ser mejor que uno de los grandes trabajos escritos por una autora innumerables veces premiada.
Orgullo de sus vecinos y amigos...
IMAGINA,
de Ángeles Sánchez Gandarillas
Ilustrado por Lengomin
“A quienes tanto amo ya antes de mi nacimiento;
a quien me ha ofrecido la amistad logrando así la
plenitud en mi vida y, a quien me enseñó a ver la
realidad desde la fantasía”
Prólogo
Imagina es un relato corto que se desarrolla a finales del siglo XVI en San Vicente de la Barquera. La acción comienza con dos amigos adolescentes que, una vez crecidos, consiguieron hacer realidad parte de sus sueños. En aquella época se cazaban ballenas en el mar Cantábrico, con lo que su subsistencia dependía de esa actividad. Los protagonistas, Toño y Tinín, vivieron un presente relacionado con esta pesquería, descubriéndonos los barcos de pesca y cabotaje, las mercancías, facturadas y recibidas en puerto, las herramientas y pertrechos para la caza de las ballenas, el despiece, venta y transporte de las presas, y la vida de los habitantes en el medievo bajo, así como las palabras que se utilizaban y aún se utilizan y que se describen en un vocabulario.
De la mano del ilustrador y artesano, José Ramón Lengomín, asoman a estas páginas las imágenes que mejor definen estos acontecimientos, las naves y aparejos de aquel arriesgado oficio, las viviendas de los pobladores, sus vestimentas y religiosidad, los útiles de madera empleados para el despiece, etc. que sobrepasó la treintena de imágenes, incluidas la portada, contraportada y un marca páginas, espectacular e imaginativo, con los útiles de la caza de ballenas; separa e ilustra los capítulos, incluso, enmarca el número de cada página con una antigua “potá”.
Resumen esta narración un madrigal de veinte estrofas, de Ángeles Sánchez Gandarillas y Flor Martínez Salces. Este poema refleja toda la aventura.
“Ángeles Sánchez Gandarillas, autora de IMAGINA, ha sido premiada en el año 2011, con un accésit en el, II Certamen de Relato Corto, “Entre la tierra y el mar”, de San Vicente de la Barquera”
Este ejemplar está impreso y encuadernado por Nieves Reigadas Noriega en abril del 2012, y la calidad de sus tapas retrotraen a la época donde se desarrolla la historia.
Introducción
Visitaba a un amigo y pude comprobar que estaba haciendo reparaciones en su local de trabajo; pretendía agrandarlo hacia el interior y, para ello, rescataba un espacio que hasta ese momento estaba desaprovechado. Con ese motivo había contratado a unos profesionales de albañilería con la suficiente experiencia en ese tipo de labores.
Al tirar parte del enlucido de la pared que enmarcaba esa habitación, quedó al descubierto un muro antiquísimo, que quizá superara los cuatrocientos años. Los ladrillos macizos se alineaban en perfectas hileras y su rectitud se apoyaba de vez en cuando en vigas de roble y piedras a diferentes alturas. En una de ellas apareció una lampa, o llampa, como él y todos los nacidos en Comillas las llaman; le sorprendió ese hallazgo. Bien podría ser del traslado de las piedras desde la misma orilla del mar, o quizá, fuera original de ese alto donde se encuentra la casa, y si así fuera, habríamos de retrotraernos a miles de años.
-Mira, han encontrado también un hueso.
El hueso parecía un trozo de la parte superior del omóplato; tenía toda la pinta de ser la pieza de la espina o acromion, a la vista de esa particular cavidad.
-Sí, además me vuelve loco, imagino mil historias. Como puedes ver hay un hueco que parece una catacumba, puede ser que ahí enterraran al dueño de ese trozo de osamenta…, o a otros muchos.
-Es cierto, está cuidadosamente adornado con piedras redondeadas.
Pudo ser también un lugar donde almacenaran riquezas, o tal vez mapas de tesoros.
-Oye, podrías darme el capricho de escribir una historia de esto, ¿querrías?
-Vale, pero creo que ese hueco pudo ser para esconder el tesoro de un pirata.
Cerró la puerta detrás de nosotros; evitaba de esta manera la polvareda de las viejas paredes encaladas y de la antigua argamasa, compuesta de arcilla y piedra; los albañiles golpeaban y retiraban lo acumulado durante tantos años. Se notaba el olor a rancio de la humedad que había estado almacenada durante siglos entre la doble pared.
Al cerrar, se vislumbraba la luz de las bombillas entre el marco de la puerta y el tabique; esta luminosidad atravesaba las hendiduras en potentes haces de luz que nos daba en los ojos, dañándolos, como si estuviéramos en un interrogatorio. Los operarios necesitaban buena iluminación para trabajar en el interior de aquella panza enladrillada que cada vez estaba más dilatada y llena de polvo en suspensión; parecía como la bruma espesa de un temporal en la costa. Tras nuestra interrupción, se oía de nuevo el martilleo y el constante caer de los desconchados al suelo.
Aquel resplandor parecía querer contarme algo, dirigirme a alguna leyenda de la zona comillana tan cercana de la pejina. Quizá, fueran los relatos de miedo que los chavalillos se contaban en los rincones alejados de los campamentos de verano, amparados desde la atardecida en un saliente rocoso, a la orilla del mar, y alumbrados por una fogata alimentada con pedazos salitrosos de madera de los restos de naufragios, o en su caso, de ramas de las riadas invernales, devueltas a las playas por las mareas, que quedaban amontonadas justo donde permanecía la señal de las pleamares tempestuosas. Estas ramas arderían en la fogata castañeteando con pequeñas explosiones debidas a la sal acumulada en ellas, una vez desecadas con el sol y el aire del verano…
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