sábado, 25 de abril de 2020

IMAGINA . .

Capítulo II
Hoy no llovía y el viento era favorable para navegar. La flota salió directamente, sin pasar por el espacio protector de la Peña Mayor y el Fuerte de Santa Cruz. Comenzaron la corta travesía con acompasados movimientos del agua, en un suave salseo.




El equipo de despiece quedaba a la espera, la mayoría eran esposas e hijos de los tripulantes que tenían preferencia para trabajar en tierra: las viudas de los marineros fallecidos y los ancianos, pero todos los habitantes colaboraban en el interés general, ya que así saldría antes el producto. El padre de Toño dirigía todas esas labores, comprobaba y mantenía las herramientas, preparaba las poleas de las grúas y tenía impecables los barriles, además situaba varios grupos con un cierto orden, trabajando en cadena para fundirlo cuanto antes. Gracias a su experiencia venderían más rápidamente
todas las partidas de grasa y carne. El año anterior habían conseguido una póliza de 300.000 reales.
Los jornales repartidos ayudaron a solucionar, en algunas familias, las faltas angustiosas de aquella complicada temporada, a pesar de las ayudas recibidas de la cofradía, pues el invierno había sido desastroso en las pesquerías. Tampoco contrataron a todos los tripulantes como jornaleros para preparar los viñedos y sembrados. En definitiva, había sido una larga parada invernal, que sumada a toda aquella primavera empobrecida y a las abundantes galernas, hubo hogares en los que se juntó con el hambre, alguna enfermedad, e incluso, padecieron plagas de parásitos y ratas.
Ese año, un cachalote entró a la ría y quedó varado en la playona del medio, con lo que pasó de cazador a cazado. También para ellos había escaseado la pesca y por eso se aproximaban tanto a comer cerca de la costa. Lo poco que había en el litoral, se lo comían ellos con esas dos grandes filas de dientes y no se conformaban solamente con pequeños peces.
Toño estaba enrolado en ese barco bautizado con el nombre de “La Gaviota”; llevaba a bordo los mejores arponeros de la zona, que aunque le costaran buenos reales al patrón, no le importaba demasiado, evitaban víctimas y perdidas de botes durante los peligrosos lances en la caza de la ballenas; compensaban con creces.
Cuando las ballenas se acercaban más al puerto, cansadas y en busca de refugio, los pescadores salían en las traineras a remo; estos hombres tenían músculos de acero y remaban como auténticos demonios.

-Vigía, ¿ves algo ya?

El oteador estaba subido en la cofa, lo más alto del palo mayor, y tan sólo estaba por encima de él la “galleta”, un pequeño redondel sujeto al final del mástil.

-Veo a la manada de ballenas tomando rumbo al oeste, patrón.


-Dirígenos hacia un grupo pequeño, ¡venga, hombre, espabila!
En media hora llegaron al grupo de ballenas. Navegar a favor del viento era bastante mejor.

-¡Vamos, soltad los chicotes y bajad a los botes de una puñetera vez!

-Patrón, tenemos a estribor al “Tinín”.

-Este comillano nos tiene cogida la delantera. Vira a babor y busca otra manada, no arríes todavía los bateles.

Toño vio a su amigo en aquel barco ya que era también el vigía del “Tinín”, tenía una vista privilegiada, veía a más de dos leguas de distancia. Se saludaron con disimulo.
Los patrones eran ahora competidores en toda regla y alguna bronca les podría caer.


  

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