Durante varios días, se ha desarrollado en la Plaza Mayor, una exposición y venta de artesanía cerámica de varias provincias de España. Se podían admirar todos los estilos en este arte: lacados, compuestos con metales y gemas preciosas o semipreciosas, relojes o trabajos realistas que hacen ver maderas viejas o, de incunables libros en cerámica que provocan la necesidad de pasar sus rígidas hojas; figuras, adornos, o quizá deportistas que reman o escalan, etc., además de los utensilios habituales, todas ellas, auténticas obras de arte.
Abundaban las mujeres dedicadas a esta actividad artesanal, y se podía apreciar en todas ellas, un brillo especial en sus ojos, quizá, de sentirse a gusto con su creatividad y trabajo...
En la mitad de una de las entradas de la plaza, estaba dispuesta una bañera rodeada por los centenarios plátanos ornamentales. Dentro de la bañera había una disolución de polvo de arcilla y agua templada, donde se introducirían dos voluntarias que pertenecen a la compañía local de teatro “La Chalana”, serían inmortalizadas con barro o, en el barro.
En el centro de la plaza, con el mar de frente, una ceramista estaba confeccionando un par de recipientes a la antigua usanza. Sus manos acariciaban el montoncito de barro que giraba impenitente, apretaba o introducía sus dedos hacia el centro, o, los posaba, presionando con delicadeza, para conseguir dibujos o formas a capricho, en este caso, un jarrón y un cuenco que salieron mágicamente de sus manos. Los niños parecían envidiar la posibilidad de revocarse de barro sin que nadie les riñera o formar imaginadas figuras. Uno de ellos comentó admirado: -¡Mira que tiento tiene, como se eleva el barro!- La ocurrencia venía precedida de otras preguntas inquisitivas del niño.
Las dos actrices, curioseaban por allí con cierta inquietud. En un momento dado, una conocida artesana que portaba una cámara para inmortalizar el suceso, las dirigió hasta la bañera.
La primera que se introdujo en aquel fino puré marrón, se escalofrió ante la escasa templanza de aquel líquido. Ni corta ni perezosa, se tumbó en la bañera y al poco, como si se tratase del baño de una señorona de alta alcurnia, fue ayudada a cubrirse de esa mezcla, por otra de las componentes de la muestra cerámica. La bañada en barro, cerró los ojos y se dejó hacer, puesto que sus ropajes tenían muchos pliegues y eso dificultaba un reboce rápido y adecuado.
El barro líquido se introducía por el escote y la espalda de la muchacha; los bolsillos de su camisa se llenaron sobre su pecho y daban a esa parte de la anatomía, el peculiar efecto de multiplicar el seno... Nuestra protagonista embarrada abría los ojos con cierta dificultad, pues sus pestañas goteaban aquel pesado líquido; hacía de su mirada un aleteo sensual que sumó a la delicada voluptuosidad con que evacuó el barro del bolsillo. Apretó con la palma de su mano ese saquito de barro e hizo que recorriera sensualmente, de abajo a arriba, el camino hacia la salida por la parte más sobresaliente de su pecho, hasta derramarse delicadamente como una oscura y lenta miel que recorría toda la camisa. La mujer, abrió sus ojos de nuevo y mirando con estudiada picardía a su alrededor, sonrió al público asistente. Una vez que se levantó, y a pesar del peso de toda aquella masa con la que estaba impregnada, salió con desenvoltura de la bañera.
Sonaron aplausos mientras era acompañada por la ceramista, a la sazón, ayudante de “cámara”. Su larga melena se estrechaba en el camino hasta sus posaderas, goteando igual que toda su ropa. Al caminar, quedaron impresas en el suelo las huellas de sus sandalias de plástico, que con ese baño de barro, parecían de cuero; llego hasta el asiento donde habían confeccionado las dos piezas con barro. Tomó la posición de modelar en su papel de mujer de barro y se abandonó a la quietud.
La siguiente actriz se introdujo en la bañera. No se quejó de frío y afirmó que la mezcla estaba templada. Llevaba prendas menos complicadas de humedecer, o al menos, menos voluminosas; a pesar de tener una altura considerable, se introdujo en posición de tumbada en la bañera, una vez humedecidas en barro, sacó las piernas y pies sobre la parte trasera y la artesana, se encargó de regarla con la jarra por completo. Nuestra segunda protagonista introdujo su cabeza en aquel líquido, y consiguió un rebozado que escondía su rubio peinado.
Al igual que su compañera, hubo de oír las bromas de una parte del público, que si mujer de barro, que si luego vuelta y vuelta en el horno, que si el agua las desharía, etc., a los que ella, respondía con una arrebatadora sonrisa que dejaban ver parte de sus dientes impregnados de barro, pues se le había introducido por la boca.
Su aspecto cambiaba por momentos; aparentaba ser un retrato tridimensional en oscuros tonos sepias, de una enjuta mujer de antaño, repeinada y con enormes ojos, pues, la intérprete, permanecía estoica y sus gestos habían cesado. Acto seguido, salió del baño marrón de la mano de la ayudante-ceramista y se dirigió hacia al minimalista escenario, se aposentó frente a su compañera y el recién confeccionado jarrón. Cual si hubiera entrenado por años o hubiese adquirido el control necesario en cualquier actividad físico-mental, quedó paralizada de inmediato. Tan solo se les apreciaba el componente humanizado, cuando simulaban hacer los recipientes de barro; derrochaban caricias sobre aquellas piezas que parecía proporcionarles el contacto directo con la pureza de la naturaleza.
Los niños más pequeños se asustaban al ver que se movían... Todos deseaban una foto de, y, con las embarradas. Permanecieron quietas alrededor de una hora.
El barro se secaba a parchazos y la piel de estas dos mujeres, a medida que pasaba el tiempo, se convertía en un mapamundi que variaba constantemente de color y de tamaño. En el suelo se iba formando un pozo del líquido escurrido por sus cuerpos y ropas, un agua diluida en marrones y que quedó convertida en una sombra artificial de sus inmóviles cuerpos. Daba la sensación de estar visionando una película surrealista; además, ambas supieron dar en todo momento, ese toque de teatralidad con la que atrajeron la atención del público.
Al tocar su piel, se apreciaban los granillos minúsculos de la arcilla, estaba secándose y podría parecerse a una segunda membrana; quizá, era una sensación parecida a la del tacto de la recién mudada piel de reptiles y mariscos.
Una vez terminada esta experiencia, cruzaron la carretera hasta la mar, donde se bañaron; la temperatura del agua era ideal para este baño en el ocaso y les resultó placentero. Lo alargaron durante unos veinte minutos para desprenderse de la mayoría de la arcilla. A su alrededor, surgía una mancha magenta y oscurecida de una mágica isla a flote.
Dicen nuestras estas protagonistas embarradas, que fue una experiencia inolvidable y sorprendente, y afirman haber conseguido en sus cuerpos, un efecto suavizante y una relajación propia de los baños de barro ofertados por los balnearios y, que lo repetirían.
La primera experiencia de este grupo de artesanos con el baño de barro, comenzó en Valladolid, la segunda en San Vicente de la Barquera, y con éxito, a la vista de la expectación.
Dedicado a 2 de agosto y 12 de octubre.
Ángeles Sánchez Gandarillas
12-VIII-2012
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