CAPÍTULO V
Todos los sábados hacían
mercado; le dijo su padre que habían solicitado, a cada rey gobernante, que
fuera franco y aún no lo habían conseguido.
Miguel era feliz en compañía de su amigo Tomás. Compraban menudencias con
algunas monedas de cobre que llevaban en la bolsa de cuero que les vendió aquel
zapatero, venido como otros de la tierra de los limoneros. Éste, se instaló
después con su familia en las cercanías, a la entrada este de la muralla, y
tuvo 13 vástagos. Miguel y Tomás jugaban en ocasiones con los mellizos, pues
eran de edades parecidas. El lugar donde trabajaban emanaba un olor fuerte, más
aún que en la zona de la salazón del arrabal. Santiago, otro de los hermanos
menores, ya tenía 11 años, ayudaba a su padre en el curtido. En un pozo de
piedra introducían la piel con sal, y después de pasar un periodo determinado
de tiempo, lo sacaban; aun así retiraban con gran esfuerzo el vello al futuro
cuero.
Miguel y Tomás iban calzados con sus botas de mayor, hechas por ser buenos
“caballeros”. Sentían gran orgullo y creían ser ya grandes. Ellos, veían a los
hijos de los agricultores, calzando una especie de albarca de madera, en cambio
los suyos eran calientes en invierno y suaves. Cuando él fuera un rico señor,
las compraría de piel de cabra. Llegado el verano, se ponían unas sandalias a
pie descubierto y sin calzas. Los muchachos de los arrabales vestían
diferentes, llevaban ropas bastas y oscuras, ayudaban en los trabajos de los
mayores y recibían algún bofetón si se escapan a jugar.
Llegaban a la villa otros chicos, eran criados o lazarillos de
empobrecidos ciegos, mancos o tullidos, y pedían por todas los lugares. Estaban
delgados y sucios, maltratados, castigados por sus amos y por casi todos, pues
por tantas hambres y faltas, intentaban robar a los vendedores las comidas
expuestas, ya fuera una hogaza de pan, un trozo de queso, o mojaban con rapidez
el dedo, casi sarnoso, en la jarra del “mielero”; huían a carreras para evitar
un buen pescozón. A pesar de que los padres advirtieron a Miguel y a Tomás, de
no juntarse con ellos, alguna vez hablaron y aprendieron de su desenvoltura en
preparar lazos para atrapar pájaros… y otras cosas menos saludables.
Los lazarillos y criados eran graciosos y agudos, sabían mucho de lugares
y ciudades grandes y caminaban considerables distancias cada día en esos
recorridos. Martín estuvo mucho tiempo en la villa; el ciego se puso enfermo y
hubo de cuidarle con los ungüentos que compró. Sabía este crío de su abultada
bolsa con monedas no gastadas, el ciego la disimulaba y atesoraba de tal
manera, que hasta cuando padeció las altas fiebres fue imposible robársela,
cada vez le pesaba más.
Les dijo Martín, riendo a carcajadas, que cojeaba por el peso, no por
daño.
Había de todo en aquel mercadillo, incluso dulces que tenían cremas y
frutas, según su madre se llamaban grosellas. La miel estaba deliciosa en
aquellos trozos de pan; mezclada con las avellanas y las nueces crujientes y
brillaba bajo
el astro rey como el mismo oro de los medallones de los señores que por allí
pasaban, iban acompañados de sus soldados y escuderos. Los anillos que lucían
en las manos representaban figuras de animales y alguno de ellos, eran su sello
personal.
Sabían de un puesto con quesos olorosos. Algunos picaban, como el de
Cabrales de las Asturias; otros se deshacían en la boca. Los de cabra eran
pequeños, sabrosos, con un toque de acidez. Una vez los mezclaron con miel y
les encantó. Los queseros acudían a vender una vez al mes, pues les quedaba muy
lejos.
Vieron en uno de los puestos un peine precioso en plata y madera, expuesto
durante muchos meses pues era caro, estaba grabado con dibujos y tenía dos
partes, una de dientes separados y la otra con ellos muy juntos para atrapar
piojos. Montones de perfumes y jabones, óleos perfumados en “pomaderas” que
despedían aromas
en las habitaciones; decían que algunos venían de Venecia.
En la posada de su padre, vieron bañarse muchas veces a cansados y casi
enfermos viajeros, en una especie de gran tonel cortado a la mitad. Si era
hidalgo se le añadían pétalos de rosas, como a las mujeres. Su madre calentaba
el agua en ollas hasta hervir, luego la mezclaba con la fría y conseguía un
punto templado. Alguna vez se metían con ropa y todo, tiesas de polvo, sudor y
lluvia de tantos días de camino, para una vez mojada, retirársela; solían ser
los emisarios o mensajeros reales. Tras una hora en remojo, cepillados y
jabonados por escuderos o criados, salían cubriéndose con paños blancos para
secarse, y se vestían los más poderosos con sus batas de seda, y el resto, con
jubones de lino. El pelo volvía a su color original, cuando llegaban, estaba
tan sucio que parecía tener el tono de la piel de las mulas viejas.
Muchos de aquellos vendedores quedaron con el tiempo en la ciudad. Fueron
necesarios por la llegada masiva de gentes, personas que veían en ella el
futuro, maestros en todos los oficios, incluidos religiosos; para ellos y
varias generaciones de sus descendientes, pues se preveía hacer de aquella
población un devenir de almas y trabajos, al menos en dos centurias. Algunos
proyectos contemplaban la reconstrucción de dos puentes, ayudarían a menguar
las grandes distancias que se recorrían ahora a pie, y que se hacía por detrás
de la Villa, eran caminos o antiguas calzadas.
Sabían Miguel y Tomás todo esto porque escucharon la conversación de dos
maestros canteros. Dijeron entre cuchicheos, saber de buena tinta que habían
aprobado una partida de 500.000 maravedíes de oro. Miguel se lo dijo a sus
padres, y le dieron, por escuchar conversaciones ajenas, una cachetada. Les oyó
luego decir: “Las cosas de palacio van despacio”.
Llegaron al mercado un boticario, que hizo casa en la zona intramuros,
otro barbero y un sanador de dientes. Alfareros, escribanos, alfayates,
carniceros y muchos otros tenderos que llenaron aquella población creciente.
Los dos amigos observaban la construcción de casas y hasta algún palacete,
para los descendientes de los grandes linajes como los Corro, Oreña, Herrera,
Vallines, Estrada o Bravo. Algunas de estas casonas se encontraban en lugares
alejados de la villa, repartidos en sus posesiones de las poblaciones, la gran
mayoría se dedicaban a cobrar los impuestos de paso por los Caminos Reales.
Tomás le decía a su amigo miguel, que quería quedarse en la villa y asumir
el oficio de su padre, pero antes viajaría a la ciudad de Myrthia (Murcia).
Allí aprendería el oficio de carpintero. Quería esculpir en las maderas bellos
cuerpos y retablos, luego policromados, para iglesias o palacios.
En primavera, jugaban a encontrar y divisar los nidos de los pajarillos
más pequeños. Raitines (reyezuelos), papucas (petirrojos), también los
gorriones que criaban al lado del las chimeneas en los tejados, era curioso,
¡saltaban en lugar de caminar! Los tulanos anidaban en los agujeros de los
muros con nidos de 20 huevos pequeñísimos, menores que el tamaño de una
avellana sin cáscara, tenían pintas y su color era como el blanco
de las piedras de la playa. Tomás era un artista, siempre ganaba las apuestas;
Miguel debía pagarlas andando a la pata coja como las garzas, hasta llegar a
casa.
Textos, Ángeles Sánchez Gandarillas
Ilustraciones, J. Ramón Lengomín
SON NARRACIONES PRECIOSAS, MERECE LA PENA SEGUIR SU LECTURA Y AL FINAL UNIDAS PARA SACAR
ResponderEliminarTODA LA DULZURA, SABIDURIA, ENTRETENIMIENTO Y
DEMAS ELEMENTOS QUE ENCIERRAN
GRACIAS, LINES, POR TU TRABAJO.
Gracias por leerlo; aún hay muchas cosas por escribir. Este es un lugar lleno de historias, lleno de fantasía, lleno de vida..., en el dulce vaivén de las olas al entrar ría adentro al encuentro de gentes curtidas por los nordestes...
EliminarLines
Razones técnicas han impedido a estos cangrejos autoctonos escribir un comentario la noche del lanzamiento de este capítulo al ciberespacio...pero aquí estamos con el mismo entusiamo que el jueves pasado a las doce de la noche...lo malo es que cuando se acaben los capítulos hecharemos de menos nuestra cita semanal...
ResponderEliminarLos cámbaros
Bueno aun quedan unos meses por delante, pero también se ha llegado a la misma conclusión en la administración y se esta dando vueltas a una idea...divertida si cabe, en la que podremos participar los lectores.
Eliminarpero eso ya lo desvelaremos llegado el momento.
Unu besin cámbaros y mil gracias por vuestros comentarios tan constructivos y positivos
¡Huy, huy, que miedo me dáis los administradores del blog...!Abrazo. Lines
EliminarHummmmm, que majos que soís, esos cámbaros autóctonos rojitos, de casco duro y de carnes sabrosas que saben a mar...
ResponderEliminarGracias por vuestra fidelidad, seguramente, que en unión con algunos amigos, podremos hacer alguna cosilla más.
Abrazo entre corrientes..., (... quizá, nos atrevamos con un comic). Lines