CAPÍTULO VI
A veces, Miguel y Tomás pasaban en las barcazas, al otro lado de la ría, hasta la Barquera. Lo hacían desde la zona donde se asentaba el cabildo o Cofradía de Pescadores y Mareantes del Señor San Vicente de la Mar. Se hallaban en ese lugar, muchos de los almacenes para las mercancías y otros servicios de los barcos y armadores, (propietarios de los barcos). Guardaban los remos, redes, había unas que se denominaban de butrón, velas, nasas de avellano, chicotes y maromas, anzuelos y arpones entre otros útiles de pesca.
Los cofrades y presidente de la Cofradía se encargaban de la organización
económica, de desavenencias, conflictos, robos y peleas, ya que tenían sus
propios reglamentos, siempre que no fueran demasiado graves; de ser así,
pasarían a la legislación concejil u ordinaria. Se tomaban en cuenta las Leyes
de Layron. En ese momento estaban reunidos en una de aquellas naves y se les
oía discutir, alguien imploraba perdón. Todo lo reflejaban por escrito. Elegían
a 30 hombres votados en asamblea por maestres, pescadores y propietarios, estos
decidían quién sería el Mayordomo.
Era peculiar la protección a sus pescadores; lo hacían mediante un fondo
común, y eran ayudados en caso de enfermedades o si se encontraban
imposibilitados. A los huérfanos, viudas y ancianos que pertenecieron a la
Cofradía, les protegían económicamente pasándoles una parte del quiñón o
soldada. El quiñón o soldada, era el reparto a partes iguales del dinero de la
venta del pescado, después de retirar gastos, la parte del maestre, barco y
dueño.
Los dos amigos, asistieron a la venta de los lotes de pescados. Eran
vendidos a la baja, es decir, del mayor precio pretendido, bajando a menos
hasta que un comprador se hacía con el lote, siempre al precio más barato
posible. A los dos niños les sorprendía la velocidad de aquel hombre indicaba
los precios de viva voz; estaban admirados de que no se ahogara.
Los dos amigos consideraban que era más fácil jugar a tirarse con los
huevos vacíos de las picudas (rayas manta). Esa envoltura o casco, tenía un
tono opaco de color madera, de tacto basto, largos como el tamaño de una mano
adulta, y abombados, con dos alargamientos en ambos extremos para engancharse a
las algas del fondo del mar, que les daban aspecto de cuernos, y eran
transportados por las mareas una vez nacían los alevines, pues se desprendían
de la sujeción.
Observaban cómo salaban los pescados, metiéndolos en tinas y baúles
rectangulares para el bacalao u otros; ponían una capa de éste, otra de sal, y
así hasta
llenarla, lo tapaban con unas maderas y piedras pesadas para comprimirlas,
consiguiendo de esta manera eliminar líquidos y aire. Se sacaban una vez
prensados, ya secos y salados, para transportarlos a lejanas ciudades; a la
vuelta venían cargados de cereales, aceites o vino. Esta pesca se vendía
igualmente, por la villa y alrededores.
El olor era fuerte; al principio les molestaba pero, pasada una hora, ni
lo notaban. Algunos pescados eran descabezados y limpiados para su consumo o
conserva. Este trabajo lo solía desarrollar las mujeres, lo hacían con tal
rapidez que les sorprendía que pudieran hablar y reír a la vez. Miguel y Tomás,
observaban como el cielo se llenaba de gaviotas hambrientas en vuelo lento,
parecían bailar en él; sus graznidos parecían gritos, en ocasiones se
asemejaban a risas o lloros de bebés. Las gaviotas adultas eran blancas, los
polluelos sin embargo, tenían un tono pardo oscuro. Algunas personas, recogían
los huevos de sus nidos en la costa y los comían con deleite en las casas,
mojándolos con pan, completaban esa alimentación con la leche de las vacas que
pastaban en la zona de Santillán. En la casa de Miguel, tomaban leche de cabra
en algunas ocasiones.
Algunos de estos pescadores se dedicaban en las épocas invernales, a
trabajos de labranza o ganadería, laboraban vides o sembraban huertas en épocas
cercanas al comienzo de la primavera.
Los pescadores de entonces, se dedicaban a la pesca de bajura en los
bancos próximos, o de altura, desplazándose a zonas lejanas como Irlanda o las
costas de África, Berbería (Marruecos).
Textos, Ángeles Sánchez Gandarillas
Ilustraciones, J. Ramón Lengomín
Noviembre, 2010
!Esta vez parece que hemos sido los primeros en comentar el capítulo... bien! Sabemos que solo queda el número VII... y nos da mucha pena, pero esperamos que el futuro traiga cosas nuevas e ilusionantes.
ResponderEliminarLos Cámbaros.
Huy ¡qué madrugadores!, Ya, yo tampoco sé que depararán los administradores del blog... En fin, la vida es un mundo de sorpresas y casi nada sale como se planea o cuando se planea.
ResponderEliminarHasta el próximo y no os dejéis atrapar por los cambareros...
Lines
Lengo, me encantan tus ilustraciones, pero las de este capitulo me han enamorado.
ResponderEliminarUnu saludin Ross
NO POR MUCHO MADRUGAR AMANECE MAS TEMPRANO. YO NO SABIA QUE ERAN SIETE, AUNQUE ESTE NÚMERO ES PLENITUD.... SIENTO QUE SE ACABE VAS DESCUBRIENDO NO SOLO LA VIDA DE SUS PROTAGONISTAS SINO TAMBIEN UN MONTON DE CURIOSIDADES RELACIONADAS CON ESTAS TIERRAS.... EN DEFINITIVA ME GUSTA
ResponderEliminarSI ESTE LLEGA A SU FIN TENEMOS QUE COMENZAR CON OTRO ¿DE ACUERDO, LINES?..... YA PUEDES IR PENSANDO..... GRACIAS