lunes, 16 de abril de 2012

LA MARISMA Y RÍA DE RUBÍN

La ría que acoge las marismas de Rubín es mayor que la de Pombo, con una extensión de 390, 3 hectáreas y se la denomina de Villegas o del Barcenal, siendo el estuario del río Escudo. La marisma de Rubín fue una concesión hacia los hermanos Rubín. Francisco Rubín, antes de cerrar la actual marisma, canalizó el río Escudo hacia la población de Abaño, para conseguir una mejora y situación. Después intentó cerrar con malecones desde el final del puente de La Maza, hasta la anchura de la actual marisma, con la intención de desecar esa inmensidad de terreno y convertirlo en una extraordinaria finca. Aconteció que hubo una riada que duró dos días y se llevó prácticamente todo; desde el final del puente se puede observar la estructura de malecones y diques derruidos. 

En la marisma hubo plantaciones de maíz, una granja de gallinas, cerdos, ganado vacuno; se sembró legumbres, tabaco, manzanos, y más tarde, se convirtió en una enorme eucaliptal.

Dando un paseo por el tramo de la antigua carretera hasta la estación y La Acebosa, -fue abierta allá por 1 905-, dejamos a nuestra izquierda los trasladados muros del Convento de San Luís, a la izquierda los restos de su embarcadero particular, hoy bajo una vivienda.

Antes de llegar a la casa Pozo, está la peña Quemá, un promontorio rocoso y negro cubierto de vegetación, un poco más adelante, bajo las copas de los antiguos plátanos ornamentales que recorrían ese camino, llegamos a una curva de casi 270º, llamada la Revueltona, que escolta una ensenada, hoy es un paraje de reposo o merendero, con una pequeña fuente de agua fresca convertida en la samaritana de hierro que remedia la sed del caminante. Un poco más adelante, encontramos el puente del Arna, nos eleva en la desembocadura de un pequeño arroyo que ha conseguido, en el pasar de los siglos, la creación de una mínima delta.

Dejamos atrás las zonas del Ramonillu y el Cuetu, y nos adentramos camino a la población de Abaño, por Villegas. Para acceder a ella, hay un pequeño puente que algunos llaman de Villegas y otros de Peñas Negras, bajo el que pasa otro riachuelo, el Rigueru. Se puede observar las ruinas de un antiguo molino de mareas. En ese minimizado estuario y al bajar la marea, se forman algunos pozos profundos de aguas cristalinas, aprovechados por los mariscadores para limpiar sus capturas. Más adelante, frente al depósito del gas, están otro espacio, las Redondas. El cercano paisaje urbano está rodeado por el rural y natural, con la ría al fondo y un sentimiento de paz difícilmente repetible, silencio, el aire libre y limpio y la relajante corriente del río Escudo, que se encuentra lentamente con las aguas de la pleamar.

A unos metros, otro puente aún más pequeño, deja pasar un regato que se forma en la montaña que oculta Abaño. En la curva del Cable, frente al cementerio de ese pueblo, hay una torre cubierta de vegetación, era la necesaria pareja de otra que está cercana al río; gracias al cable que movían, cargaron los materiales y relleno de la marisma, consecuencia del cambio de la fisonomía primigenia de esta ría, igualmente, subieron por medio de ese cable la madera de los cortes del eucalipto y las cosechas. No debemos ignorar el mirador de la Punta Candelaria.

Se puede ir rodeando la ría por el otro lado, aunque el paseo es más agreste; esa dificultad hace sentir que se recorre un camino prácticamente virgen, entre juncos y cañaverales...

Se advierte la verdadera canal del río Escudo, antes de ser trasladada, estaba desde su desembocadura, más cercana a esta franja.

Entrando por el final del puente de la Maza, se deja atrás la curva de los Muertos, el mirador de la Pita, que también comparte el nombre la parte baja en la ría y la Llosa. Aparece esta pequeña ladera como una manta en matices de verde pastel y ondulada suavidad, una parte está plantada de eucaliptos pero, hay praderías abandonadas que retornan en jóvenes arboledas y arbustos autóctonos. El aire marino y fluvial, mueve y refresca este paseo que deja en nuestro olfato, un hiriente olor a marisco, a salitre, a fangos y a flores.

Antes de llegar al Cascaju, por el vivero de las ostras, está el regato de Paulina. También podemos divisar la Manjúa.

Siguiendo esa ruta, se llega a la marisma y parte de su finca, la casa Chea, está cercana a otra de las propiedades, la Marismuca, donde estaba situada la compuerta que servía para desaguar, a marea baja, el agua dulce que se recogía en un canal interior, llegaba de la lluvia que proporcionaban todas las elevaciones que la rodeaban, cercaban una finca que llamaban la Isla. Este curso cerrado era un vivero natural de cantidad y calidad de pesca, ahora, son aguas estancadas ya que fue abandonada por haber finalizado la concesión de cien años.

Hay lugares donde se aprecia el hundimiento de diferentes materiales que transportaban barcazas o gabarras, tejas, minerales, tapines y sacos de barro, etc., en otros, existen verdaderos almacenes de fósiles de todo tipo, abundando los litorales.

La ría está cubierta por un verdín invasivo que la cubre por completo, esa vegetación impide la oxigenación de las especies que son la riqueza espontánea de esta ría, gusanas, cocos, almejas, berberechos, muergos etc., alejando aves y peces, tanto los que migran como los nativos y dificultando la subsistencia de los mariscadores. En Galicia han recurrido a la limpieza con diferentes elementos mecánicos para salvar su ecosistema.

La vista se pierde recorriendo Saria, Villegas, el Cuetu, los colores azul metálico de la ría en alta mar aumentado por el viento de nordeste y también, los pequeños embates blanquecinos que se levantan en la superficie, suben con la marea al interior del río, casi hasta Peñacandil, donde no hace tanto, las angulas formaban bolas increíbles y babosas para defenderse de los depredadores, la abundancia de lubinas y jarguetas que bailaban tranquilas; una biodiversidad irrepetible; se pierde aún hoy, la noción del tiempo, el espacio y el aire que nos rodea parece ser el inmenso suspiro de Dios.

Ángeles Sánchez Gandarillas
17-IV-2012

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