En el parque del Relleno se plantó un palmeral hace unos treinta y siete años, el único del norte de España de esas dimensiones, hoy sobreviven y se elevan en lo más alto de los edificios, 56 de aquellas palmeras que pertenecen a una especie originaria de Canarias. Esta panorámica podría, muy bien, pertenecer a un país tropical. Su medida se acerca a los 480 metros de su vecino, el puente de La Maza y tiene una superficie de 18.700 metros cuadrados. Este lugar se rellenó mediada la década de 1 950, cerrándose primeramente, con tapines de barro que se sacaban de las inmediaciones de la casa Pozo y la marisma de Rubín, por unos trabajadores especializados de Santoña, se llenó de arena y en la superficie colocaron una capa de tierra.
Es un largo recorrido junto a la ría y canal de San Andrés, (apóstol pescador), donde sus aguas van minando algunas zonas del largo paseo, abriéndose al mar la arena y haciendo socavones en el paseo y aparcamiento; en ocasiones se siente correr el agua del mar por el interior. Este paseo está compuesto de cantidad de arbustos, flores y árboles ornamentales, como las moreras y palmeras de especies más pequeñas. En todos ellos se refugian palomas torcaces, gorriones, estorninos, que huyen de las podas de otras poblaciones, miruellos y alguna que otra pisondera, (lavanderas), además de garcetas, las gaviotas comunes y las reidoras.
Rodeando parte de los coloridos columpios, se yerguen cuatro imponentes olmos deshojados en invierno. Desde ese mismo lugar, se interrumpe para acoger la estación de autobuses y guardando una cierta estética, varios pinos y alguna otra especie arbórea, ceden espacio a uno de los aparcamientos que rematan este parque.
Hay un lugar dedicado a nuestra hermanada Pornichet, la placa descansa sobre una de las piedras de nuestras antiguas construcciones; a su izquierda hay un antiquísimo escudo que quizá proceda de las casonas de La Barrera, donde aún se aprecia parte de su encimera, el yelmo, blasón, sus divisiones y una muestra de los soportes; está flanqueado por una especie de mortero para majar algún tipo de cereal y una bola herreriana. Todo ello, descansa sobre una elipse de piedras y prado, enmarcado con dos curiosos árboles que, por su color, parecen haber sido regados con cola. En cada una de las esquinas donde nace un camino, se establecieron los elementos del circuito biosaludable.
En su centro campa una grande y redonda fuente presidida por un ancla que demuestra nuestro vínculo con el mar.
Entre los paseos hay un prisma de tierra inclinado hacia los edificios de la Avda. Miramar y la carretera, en él se hace una plantación floral que representa el escudo de San Vicente de la Barquera.
Lindando con el varadero y parte de La Cabaña, tras cruzar el otro aparcamiento, se encuentra un lavadero y pozo de gran antigüedad, de él emerge una gran palmera como si de un parto espectacular se tratara; es una muestra de los pozos comunitarios de antaño, estaban en el interior de las casonas y edificios del pueblo.
Flanquean la entrada al paseo seis pilastras que se utilizaban de entrada a los cerrados en piedra de las antiguas huerta de Lanza y el Tenis, para cerrar a los animales de tiro o el ganado y proteger las bodegas y fábricas.
A marea baja, es una gran extensión de playa y barro en constante movimiento debido a las mareas y corrientes, deja al descubierto los restos de grandes y antiquísimas embarcaciones y los 28 ojos del puente de la Maza, quedando al aire sus pilares descarnados; se yerguen macizos y anclados a los roquedales y las bases de madera de roble, (así basaban los cimientos en la edad Media baja, s. XVI y parecen persistir en buen estado, dada la estabilidad y firmeza del puente). Los “mortajones”, mejillones, aparecen como auténticos racimos de uvas negras y brillantes, colgados de sus tabiques. En los pozos y canales, quedan atrapados alevines de diversas razas; los inquietos cámbaros corren por la playona del medio y los arenales y algún que otro roedor colilargo, asoma los bigotes por el empedrado del Relleno en busca de alimento.
De esta manera, se distinguen mejor las playas del Tostadero y de la Maza, hoy denominada de los Vagos. Así mismo, queda al descubierto el promontorio y playa de San Guzmán. Se pueden apreciar los esqueletos de las dos machinas y muelles y de los pesqueros atracados a la espera de la madrugada y el esfuerzo, trenzado al peligro y a la belleza del mar cantábrico. Cuando la pleamar acaricia el parque del relleno, deja una relajada vista del horizonte abrazado por el muro y el rompeolas; mirando perenne hacia la villa, la ermita de La Barquera y su Virgen, parecen acoger cada una de las embarcaciones de los marineros, amarradas a las bollas o al nuevo embarcadero deportivo.
Ángeles Sánchez gandarillas
11-IV-2012
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