Aquella mujer nunca recibió el detalle de un ramo de rosas; antes, quizá, se sintiera molesta, sin embargo, ahora aprecia otras atenciones inesperadas, fuera de las fechas predestinadas o consumistas. Por ejemplo ayer, se encontró una servilleta de papel dobladísima sobre la mesa; tenía forma exagonal. Pudo su curiosidad y la extendió, -él sabía que lo haría-, apareció ante ella una flor hecha a base de cortes con una afilada y pequeña navaja que el esposo fue elaborando mientras caminaba en su habitual paseo. Cada principio de verano, aparecen sobre el fondo oscuro de un plato o en la encimera de la cocina, -siempre la coge desprevenida, por tanto la hace ilusión verlas de nuevo-, unas ciruelas amarillas pequeñitas, nacidas de unos arbustos silvestres y bajitos. Están situados a la altura de los setos externos del siempre verde de un jardín. Durante un periodo de treinta días, aparecen dos o tres, cuidadosamente colocadas en el centro del fogón. A medida que pasa el tiempo, maduran y van tomando el rojo de la plena madurez, adquieren dulzor y se ablandan, aunque a veces, su impaciencia por saborearlas hace que las coma aún verdes y se escalofría con esa acidez. Él, al ver que faltan las verdes sonríe y deposita las que trae recién cogidas. La madurez de esas frutas aparece como su relación, paso a paso mejorando, recorriendo estaciones y esperando las ternuras. Son ramos de rosas invisibles y sensibles, sin olvido ni deterioro a lo largo del tiempo. Un amor vestido de detalles, adornado por frutas sabrosas.
Ángeles Sánchez Gandarillas 13-II-2012
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¡Ay san Valentín, San Valentín!
ResponderEliminarEl amor es el fruto que siempre es posible recoger del árbol del cariño, sea en la fecha que sea, lo importante es compartirlo.