miércoles, 28 de noviembre de 2012

BAUTISMO


En esta semana de octubre, la mar se ha mostrado revuelta y sus olas amenazantes cubrían por completo el rompeolas. El viento sur fue un bálsamo para que la marejada no adquiriera mayores dimensiones, pero, aún así, penetró en la ría donde depositó algo de su oleaje. Llegó a inundar la zona peatonal denominada la Cabaña; subió por la rampa varadero hasta las aceras y se acercó a las terrazas de los negocios hosteleros colindantes. En la marea de la mañana siguiente, alcanzó las paredes de algunos edificios que hay bajo los soportales que bordean esa calle.

Para apreciar en toda su fuerza las marejadas y su oleaje, lo mejor es acercarse a las inmediaciones de la Barra, el espigón, que se adentra unos 500 metros en la mar. Esta escollera artificial está anclada, hace poco menos de un siglo, entre los espacios naturales del Fuerte de Santa Cruz hasta la Peña Mayor y desde ésta, siguieron con otro muro más pequeño que llega a la Peña Menor. Antes de añadir esta protección artificial para asegurar la entrada a puerto de los barcos, lo hacían entre el nombrado en primer lugar, que era el más ancho de los espacios.

Esta zona está acompañada por el faro de la Punta de la Silla, construido en 1.871, y que toma el nombre de las rocas con forma de asiento ancladas en la mar. Existe otro muro, menos fuerte, paralelo al rompeolas que se alarga a todo lo ancho de la kilométrica playa de Merón; en sus dorados arenales reposa eternamente la peña del Zapato. Ambos tienen un farolillo de señalización para facilitar la entrada de las embarcaciones. El cabo Oyambre, que se estira perezoso hacia el mar Cantábrico, rodea y protege esta gran playa.

Hay una atalaya estratégica, abrigada y segura donde se pueden observar los tremendos oleajes del invierno, sin lugar a dudas, mucho más importantes que el de esta fecha; desde ella, los pescadores tratan de vislumbrar si el amanecer traerá la bonanza suficiente para embarcarse y salir a pescar.

Este día, el ruido de la mar enfurecida sonaba inmisericorde; se hacía dueño de las palabras y del entorno, hipnotizaba con sensaciones paralizantes de temor y admiración. Para evitar accidentes, siempre que hay temporal, se impide la entrada al rompeolas pues el oleaje le recorre y cubre con millares de metros cúbicos de agua y espuma. Desarrolla una fuerza descomunal que arrastraría a las personas, o cualquier artefacto por grande que fuera.

En ese camino de entrada que parte en dos el fuerte de Santa Cruz, protegido por escarpadas rocas que rodean parte del entorno, la mar suele asomar sus flecos en olas menos violentas, pues forma una cala rocosa. La erosión da forma a estas rocas y aparecen como olas endurecidas ambicionando salpicar, más, inmóviles, se aposentan haciendo muro natural a los bruscos movimientos del agua. Resulta un pedestal natural que anima a admirar el mar encrespado y a la vez, sentirse protegido.

 Eso es lo que hacía un grupo de escolares de Jaén.

Estaban observando la impetuosidad del mar, su grandeza, disfrutando de los aromas a salitre y de la pequeña bruma que se originaba por el choque del agua contra los peñascos y el muro. Por esa zona se encontraba también el fotógrafo de San Vicente de la Barquera, un cronista gráfico que refleja con sus instantáneas el devenir del día a día.

Habló con los monitores de los chicos y les advirtió de que podrían mojarse. Los responsables así lo indicaron al muchacho, más, les parecía indispensable recibir el bautismo de mar, y dado que no habían subido a bordo de un barco, sería en aquel momento y en ese lugar irrepetible.

Se subieron y esperaron a que una de las olas se acercara lo suficiente, ya que no todas suben a la misma altura.
 
Y llegó.

Lo hizo con fuerza y la elevación considerable hasta su cresta, sumada a la gran cantidad de agua que traía, adquirió la fuerza suficiente para arrastrar.

Y les envolvió como una ola recoge a un surfista en el mar. Seguro que paladearon el salitre, oyeron el ruido sordo del espumeo y es posible, que temieran su fuerza poderosa. Quizá, se sintieran a bordo de un barco y notaran el vaivén de su movimiento. Posiblemente apreciaran lo minúsculos que somos ante esa pequeña demostración de una sola ola y sin posibilidad de agarrarse. Así recibieron su bautismo de mar, fue propiciado por ella misma y nunca será más auténtica que en ese momento.

Estaban empapados y una vez pasada la sensación de sorpresa, contentos. Fueron ayudados por sus monitores a secarse y sonrientes, resolvieron el regreso a su alojamiento.

Cada una de esas sensaciones quedó reflejada en las fotos consecutivas del fotógrafo local, que también fue quien les aleccionó sobre nuestras vivencias e historia.

Al regreso, pudieron comprobar como la marea se llevaba el agua de la ría, se desahogaba barra afuera por efecto gravitatorio de la Luna. La siguiente pleamar o marea llena, regresaría aproximadamente –por su alto coeficiente o altura, se denominan vivas- a las doce horas y veinticinco minutos de ésta.

Un saludo a los chicos de Jaén, a sus tutores y hasta una próxima vez.

Ángeles Sánchez Gandarillas, 16-X-2012

San Vicente de la Barquera

2 comentarios:

  1. Estoy totalmente convencida de que esa experiencia vivida por los jienenses va a ser algo perdurable en su vida.... los de mar adentro el primer dia que descubres la inmensidad del mar y que te dejas acariciar (aunque sea con fuerza) por sus olas queda gratamente grabado, es algo que las palabras no pueden explicar pero que existe.
    bien por Jaen... habeis sido ungidos por la fuerza del mar embrabecido, que esta fortaleza os acompañe en el devenir de vuestra vida.
    Gracias Lines por acernos participes de este bello episodio. Besiños

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    1. Hola, mujer de las escalas.
      Muchas gracias por tus halagos literarioss. Y sí, esa fue una gran exeriencia que inundará su recuerdo. Es grato ver la sorprtesa que produce la mar en las personas de tierra adentro, más, todos los lugares tiene bellezas increíbles, sorprendentes... La tuya también.
      Abrazo. Lines

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