- Mamá, al final vendrán unos amigos a cenar esta noche.
- Pero hijo, ¿no habíamos quedado en cenar Magdalena, tú y yo solos?, mira que será la última cena del año y queríamos tenerte para nosotras solas.
- Lo sé, lo sé, mamá pero, me dio apuro y tampoco pude evitarlo. Tengo que despedirme y dejarles algunos encarguitos.
- Pues vaya un montón de trabajo que se avecina, además ¡no pretenderás que haga milagros para estirar la comida!, y es que eres demasiado bueno, por dar, un día darás hasta la vida.
- No te apures mujer, si es necesario yo haré los milagros. –La sonreía con dulzura y la acariciaba el largo cabello, era consciente de lo mucho que iba a hacerla sufrir.
- Quiero saber cuántos son y quienes, porque sabes de sobra que prefiero mil veces a Matías o a Saulo que al hijo de Simón, siento aquí adentro –señala varias veces con el dedo el corazón-, que es un traicionero.
- A ver mamá, no debo de dejar atrás a ninguno de ellos. Verás, vendrán Pedro y Andrés, ya sabes, los que nos regalaron el pescado para las bodas; Santiago y su hermano pequeño Juan, que como es el más joven, comerá menos; llegará a los postres Felipe, Tomás “el mellizo” y traerá aceite de oliva virgen; Bartolomé traerá vino, ese que tanto nos gusta para tomarlo en las vasijas de barro blanco, y para que veas que tengo influencias en hacienda, al encontrarme con Mateo, el recaudador de impuestos, recordé que teníamos por arreglar la recaudación de la procesión y así nos lo quitamos de encima para siempre.
- Pero, ¿te volviste loco?, ven Magdalena, dile tú algo que este hombre no sabe lo que hizo. Dios mío, ¿dónde estará tu padre, dónde estará?, mira que se lo dije, ¡no dejes solo al muchacho que la va a hacer gorda, seguro!, y yo sé quien se va a lavar las manos, lo sé bien...
- No temas madre, ten paciencia, es solamente esta cena y no habrá más, lo sabes.
- Quiero saber quien falta, porque me vas a matar de un disgusto, hay que decirle a tu amigo José que nos preste el cenáculo de su casa. ¡Te digo que me harás llorar lágrimas de sangre!
- Pues solamente me quedan por invitar al hijo de Santiago y a Simón, aquel celador tan majo que me ayudó cuando aquel niño se cayó de una terraza. Deja que cuente. –Va cogiéndose los dedos de las dos manos y termina la cuenta con el hijo de Alfeo: -mamá, en total son doce.
- Tendré que llamar a tu abuela Ana para que nos ayude, aún así, tendrás que ayudarme a pelar manzanas para añadir al cordero, pondremos más verduras al potaje y habrá que traer del desván, abundantes frutos secos para juntarlos con la miel para el postre. Menos mal que tengo queso abundante, pastel de carne y otro de almendras y dátiles.
- Lo siento Magda, de veras que lo siento mujer, no te enfades, anda, sabes que no te lo volveré a pedir nada, nunca más, ¡te lo juro por los clavos de Cristo...!
- Mira Jesús, ni me hables ¿eh?, ve a recoger a mi casa los cojines y las pieles. Ya puedes ir a toda carrera a contratar dos ayudantes y conseguir las lámparas de aceite, sabes que es la tradición... ¡Ya te voy yo a decir cuatro cosas bien dichas! –De nuevo, parecieron salirle de ojos los siete demonios.
Jerusalén, año 33, San Vicente de la Barquera, 2011
Ángeles Sánchez Gandarillas
Fin de año