El investigador en trajes cántabros, Aurelio Vélez, del Colectivo Etnográfico Brañaflor, ha ofrecido este fin de semana una conferencia titulada ‘Indumentaria tradicional en la montaña’, que tuvo lugar en el Hogar del Jubilado de San Vicente de la Barquera, organizado por la Asociación Raíces Barquereñas y con la colaboración del Ayuntamiento de San Vicente de la Barquera.
Vélez habló de la indumentaria tradicional en el siglo XIX, «la que utilizaron las clases populares, la gente del pueblo, los pobres, porque los ricos vistieron siempre a la moda de Madrid, Londres o París», explicó.
Sin embargo, ciertos rasgos de esta moda cosmopolita eran adaptados o imitados en los vestidos populares, aunque las novedades del vestuario de la burguesía «llegaban al pueblo 15 o 20 años más tarde».
Vélez se refirió a los trajes utilizados en los momentos festivos, que al final eran los que se diferenciaban de un lugar a otro. «Un hombre o una mujer iban vestidos de diario igual en Campoo, en la montaña o en la zona del Pas».
La ropa que se utilizaba correspondía a los distintos estamentos sociales entre 1750 y 1880, y comienza a igualarse con la revolución industrial, que llega a España hacia 1860, y ocasiona el abaratamiento de los tejidos. Cantabria tuvo acceso a las nuevas modas mucho antes que otras regiones de España, debido a su fluido comercio con Castilla.
Para reconstruir los arreos populares contamos con la bibliografía de Gustavo Cotera, y también con los escritores costumbristas, como Manuel Llano o José María de Pereda, así como las descripciones de las cartas de viajeros y el material fotográfico o pictórico.
El traje en Cantabria comparte unos rasgos comunes con la zona occidental de Europa, «muy sobrio, con poco colorido y escasos adornos», a excepción de los pasiegos. Los materiales más usados eran los que tenían más a mano, como la lana de las ovejas, el lino de los linares, y el algodón, también la seda y el terciopelo.
Los colores eran sobrios, abundando el pardo, morados y el negro para las mujeres mayores. Los peinados en el XIX asumen la influencia romántica y presenta bucles y rizos, si bien las personas mayores mantienen la moda del siglo anterior, como el uso de la montera.
Vélez explicó los componentes de los trajes de él y de ella, como la camisa larga hasta media pierna, el bustillo, los cordones, los pañuelos y los mantones, la saya, los refajos (más de uno), enaguas (desde el XIX, cuando la camisa pierde el faldón), el meriñaque, la faldriquera, las medias… Y matizó que las montañesas eran «muy presumidas» porque se vestían de media gala para ir a por agua la fuente, con un pañuelo vistoso o una saya nueva.
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