Al salir de casa para dar un paseo, vi en la bajamar, contra el muro del relleno del parque de las palmeras, un mástil inmenso. Imaginé que se habían despistado entrando a la ría, amarraron al muro y al bajar la marea se habían quedado en seco.
Recorrí con curiosidad el trecho hasta la orilla del parque y me acerqué por la zona más cercana al velero encallado.
La vista me había engañado, estaba a unos 30 metros de la orilla y era un catamarán de grandes dimensiones. Su bandera pertenecía a Nueva Zelanda, país perteneciente a la ''Commonwealth''; una isla sin fronteras y con forma de pez.
Estaba descansando ladeado sobre las tripas de sus dos cascos; debajo tenía un diseño en forma rectangular que le permitía estabilizarse sobre el barro o cualquier otra superficie; estaban unidos por una extenso habitáculo, ahí se albergará también el puente de mando. Podría medir 9 metros de eslora y 7 de manga, su mástil parecía poderoso y no era muy largo. La vela principal estaba recogida, en ese momento, ya habían tomado la precaución de anclarle.
En la popa de los cascos quedaban al descubierto dos hélices pequeñísimas, que al decir de los entendidos, serían eléctricas y solamente utilizadas para las maniobras de atraque.
Reposaba sobre uno de los desniveles del canal más cercano al relleno. Había cruzado por el exterior del pantalán de los pequeños deportivos, sin gobierno, dejó tras él algunos desperfectos como barandas y cristales rotos, arrastró los muertos y amarres de algunas de las barquías y canoas, su aspecto aparecía inmenso entre ellas. El nombre está sobre el casco de estribor, escrito en ese tipo de letra inclinada llamada inglesa, que dificultaba la lectura, “Sans Souci III” o quizá “Souri”. Por la inclinación del casco de babor hacía el barro, era imposible ver su folio o matricula.
Al parecer, se soltó de su amarre mientras que la pareja que lo dirigía, comía en la zona de restaurantes del puerto.
Debió de tocar fondo y quedar sujeto, al bajar la marea lo colocó proa al puerto. Visto desde la caseta del gasoil, parecían, un tanto surrealistas, las piernas de un pescador de almejas agachado de riñón sobre la cintura o de algún labrador en la recolección de la patata.
Había expectación y fotógrafos oficiales, entre ellos Vicente y José.
Alguien dijo:
- Parece un mercante. Lo firmó con una estruendosa carcajada.
Se hablaba entre los curiosos y marineros de la estabilidad de estos navíos en la mar.
-Este no se mueve y es muy seguro; con esas velas cogerá una velocidad de por lo menos...
-Ya, nudos como arena...
-Dentro de los cascos tendrá espacio para dar y tomar, ¡que anchura!, para perderse dentro oye,...
-¡Cacho bicho,...!
- Poco conocimiento para dejar un amarre a la virulé...
En ese momento apareció una mujer sobre la cubierta, al poco, un hombre se bajaba al barro y observaba el aspecto de los cascos. Tenía dificultad para caminar, se hundió hasta las pantorrillas por alguno de los tramos; rodeó el catamarán y comprobó la ausencia de grietas, conseguiría de paso, una revisión general tras la singladura.
Extraña que por la edad y supuesta experiencia de esta pareja, ocurriera este desaguisado. Cabe la posibilidad que llegaran en pleamar y les engañara la quietud de las aguas. La fuerza natural de la corriente al subir y bajar la marea en estas rías, es constante y muy importante, arrastra y mueve los más grandes artefactos flotantes o cualquier otra cosa. Quizás creyeron en la bonanza del refugio portuario e ignoraran las corrientes, aunque, en las cartas y mapas, suelen quedar reflejada esa información y la profundidad de los canales, la señalización, etc.
Menos mal que tocó barro, que si no, se nos coloca encima del Puente de la Maza.
Un día que además de dejar una historia diferente, fue un atardecer exclusivo de sol rojo y nordeste, la mezcla mejor para el paseo en soledad; sí, bajo un resol bajo y tomando la dirección oeste, impide ver otra cosa que el propio interior, y lo que vi fuera y dentro me contentó.
Ángeles Sánchez Gandarillas
9-X-2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario