domingo, 15 de febrero de 2015

Mi 15 F

Ese frío que me paraliza durante unos segundos mientras saco esa caja que tengo en un lugar seguro, limpio y bonito. Ese frío y solo ese, es el que me recuerda como te encuentras, me recuerda el frío de tu cuerpo, intacto, helado, sin vida. Que jamás volverá a calentarse. No por el latido de un corazón al menos. Estrecho la caja contra mi pecho, el que no puede respirar, ese al que le falta el aire porque sabe que ya no estás. Que ya lo sabía de antes, pero cuando te necesito tanto, en ese instante todo vuelve a mi cabeza. Y duele, y me atormenta. Lo que quedó tras tu partida fueron recuerdos vivos, llenos de color, llenos de movimiento y sonido, cual película de nuestras vidas en una gran pantalla. Pero ahora, tras tanto tiempo, lloro y me apresa el tiempo, cuando intento recordar ya no viene todo a la cabeza a trompicones, crezco, vivo y cuando miro a tras me quedo encajonada entre paredes estrechas, mirando a una única pantalla diminuta de imágenes borrosas, distantes, insonoras, incoloras, paralizadas. Ya no recuerdo tu voz, ni tan siquiera aquellas que te llamaban, ni la mía propia diciendo tu nombre. Y duele, podrías imaginarte lo que duele. Intento abrir la caja sin inundarla en mis lagrimas, dentro guardo cual tesoro, reliquias que para mi tienen más valor que el mayor diamante. Tu perfume, jamás olvidaré ese olor tan característico. Me queda en ese frasco al menos, una leve brisa de ti, y si cierro los ojos y me acerco a ese olor, aun te huelo, aun te veo en cada esquina, y te siento a mi lado en ese momento. Tu pañuelo, tus gafas, tu pintauñas, tu barra de labios... Tú nota, aquella que escribiste el día en que empezó el camino directo hacia el fin. No obstante valiente, lo afrontaste con más templanza de la que he visto jamás en una persona. Te admiro, por eso y por tanto. Abro la nota. Y leo algo que escribiste ya cuando la vida, esa dura vida te arrebató la voz. Me queda el consuelo de que tu voz, cuando sonaba se escuchaba como muy pocas, en realidad como ninguna. Entonces me acuerdo de que necesito respirar, pero al coger aire me falta el oxigeno, y me convierto en una trémula imagen de un presente intentando revivir el pasado. Y duele, podrías imaginarte lo que duele. Lo peor es que me devano los sesos por intentar encontrar una voz entre las voces, encontrar aunque sea una palabra pronunciada de tus labios. Quizá encuentre algún vídeo donde la pueda escuchar, pero lo que llevo tantos años intentando es, sacar esa voz de mi cabeza, oírla y demostrarte que me acuerdo. Pero no puedo. Mi mundo se ahoga en ese silencio duradero. Un silencio en el que mi corazón se sume por completo. <<Si me pasa algo, el reloj es para Alba>> aún dice la nota. Ese reloj dorado, que tanto tiempo pasó a tu lado. Un regalo de tu compañero de viaje al que has dejado abandonado. Sé que no por gusto, pero aun así… Y aquí lo tengo, ese reloj parado, entre mis manos, no se mueve, esta congelado, tanto al tacto como en el tiempo. Lo aprieto en mis manos con cuidado, hasta que está caliente, y me lo pongo en la muñeca simulando que es tu brazo y no el mío el que lo lleva puesto. Recuerdo tus manos, tus uñas pintadas de rojo, tus anillos, tu tacto, tu habilidad para todo. Te veo entre las sombras, te veo donde mire, cierro los ojos fuertemente y los abro, no te veo. Y duele, podrías imaginarte lo que duele. Lo guardo todo, de nuevo. Beso esa cadena de la Virgen de la Barquera que tanto rece para que te cuidara. La guardo entre mis manos cerca de mi corazón, e intento de nuevo escuchar tu voz, pero nada se oye. Obligada me conformo con tu rostro a medias inmortalizado en mi mente. Obligada me quedo con los recuerdos de años atrás. A los que volvería, para vivirlo de nuevo todo, pero no puedo. Y duele, podrías imaginarte lo que duele. Porque sé que tú me abrazarías y me tranquilizarías. Ya lo has hecho en sueños, en los míos, de una manera irreal de la que no quisiera jamás desprenderme. Guardo la caja. Me miro al espejo, bajo las lágrimas, los ojos llorosos, los labios hinchados y la cara roja, bajo todo eso, veo mi cambio. El que no frena, el que no te espera. El tiempo de mi reloj que ni desacelera ni acelera, pero sigue. Me pregunto siempre si, alguna vez mi reloj brillará tanto como el tuyo, si existirá alguien que lo aprecie tanto como yo el tuyo, y lo limpie, y lo llore y lo recuerde en mí como yo lo recuerdo en ti. Y sobre todo me pregunto, si, cuando se pare, el alma que lo habita ira a tu lado y descansará para siempre entre tus brazos.
Alba Ortega García
Dedicado a  Mª Luisa Valles Alvarez 
(Mi Abuela Blanca)

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