sábado, 27 de octubre de 2012

OLEADAS

Caminaba por paseo marítimo del Parque del relleno. Observé que la marejada y el alto coeficiente de la marea encaramaron la mar sobre los muelles y paseos en lentas oleadas. Parecían latidos reposados en embates que hacían subir el agua a unos quince centímetros y retornaban en ese mismo tiempo y medida. Se apreciaba por la marca dejada en la parte más alta del relleno y en los pilares del puente de La Maza.

Las lambidas salinas de la ría limpiaban los alcantarillados y las aceras en los recónditos lugares a los que no habían llegado las escobas de los barrenderos. Traían consigo el bamboleo de las embarcaciones y también, los devolvían a ellas en una superficie que ya conseguía superar muelles y calzadas.

Me pareció un inmenso baile de sevillanas que enseñoreaba sus continuos volantes de agua, igualmente se distinguía una especie de taconeo producido por el salseo contra los muros de contención del extenso relleno y el muelle o, el chasqueo de los dedos imaginarios de los “bailaores”, que a modo de castañuelas, chapoteaba en el encuentro con aquellas embarcaciones impertérritas.

Sí, la marejada secuestraba la calma de la ría y dejaba en ella parte del poderío de su oleaje.
El agua se hizo dueña de árboles y bancos. Creaba en los espectadores un hipnotismo similar a la mirada incitante de los bailarines de flamenco subyugando a sus parejas, a la espera de ese beso quimérico que, invariablemente, se queda en un gesto... Así vi la llegada de este mar, hipnotizante y meloso.

Llegué a la esquina del antiguo muelle, hoy, parte y zona del pantalán para barcos deportivos. Estas embarcaciones, blancas en su mayoría, se movían lentas y sujetas a sus amarres en un vaivén tierno y sugerente, adornadas de sonrisas reflejadas por esos cascos nacarados en la superficie del agua.

Desde allí, pude contemplar las olas rompiendo contra la barra en un movimiento gigantesco de faralaes, pues, seguía mostrándose como un vistoso baile andaluz. Las olas blanqueaban sus azules cuerpos y llegaban en puntillas acuosas a lo más alto de la Peña Mayor, a esa especie de peineta que está circundada por barandillas, pareciéndome éstas, la copa de un sombrero cordobés.

Mi cabeza ya era sentimiento e imaginación sin barreras, elevados al cielo y bajados a la superficie encrespada de la mar... Llegaban hasta mí, los aromas de las ficticias telas impregnadas de lunares o, en este caso, de gotas de agua en un inquietante paroxismo de miles de sensaciones.

Sones de Sevillanas entre el sonido estremecedor de las olas. Fuerza, sangre, pasión, temor, amor y un constante escalofrío ante el hervidero de violentos oleajes, donde la vista se desequilibra, los oídos enmudecen a otros sonidos que no sea el eco efervescente del mar y, la conciencia pierde el norte en un mareo de emociones exaltadas...

Los vestidos y volantes de las sevillanas se asemejaban a manantiales imaginarios de agua en forma de puntillas y, que hoy, se convirtieron en las cascadas que se desprenden de lo más alto de la peña, una vez sobrepasada por las olas que no pudieron retener esa gran cantidad de agua violenta.

La primera ola y un descanso, la segunda y otro descanso que arremansa la mar engañosamente, y una tercera, y una cuarta que entrecorta la respiración y desparrama el sentimiento de miedo entre las salpicaduras del agua.

Bailes y marejadas...

Se percibe un inacabable aplauso en el entrechocar del baile de olas que se extiende hasta el horizonte... Me hacían recordar al movimiento de las manos y el sonido de palmas, en ese interminable llamamiento guiado por los ojos y gestos encadenados que, se adhieren a las caderas cargadas de enfebrecida sensualidad. “Quizá, fuera el oleaje que envuelve nuestra vida”...

Sí, la esquina que da al este en el antiguo muelle, hoy anegado por la marea, era el aforo de los espectadores que visionábamos en toda su dimensión, la agitación tormentosa de las fuerzas naturales, de una mar que bailaba insaciable sobre tierra firme.

Sin embargo, la clase de Sevillanas de cada miércoles seguía, y tanto la profesora como sus alumnos, lo ignoraban aislados y entregados a su propia pleamar de pasos...

El sonido de las olas se adueñaba de la población, más, de aquella puerta salía una cuña con los alegres sones de las sevillanas y de la futura bonanza...

Ángeles Sánchez Gandarillas
FOTOS:  Fotos San Viente
16-X-2012

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