martes, 28 de febrero de 2012

RELOJ


Se oía el reloj de la torre y el sonido renqueante de su tic tac hacía eco en la plaza, sí, parecían los pasos de un cojo cansado caminando eternamente. 

El viento sur aliviaba aquel día de calor, acariciaba su ropa y se colaba por su cabello pelirrojo que brillaba hoy con más fuerza. 

Desde la terraza del café, veía perfectamente la ventana de su amada. Sabía que las campanadas de y media, estaría de vuelta del trabajo. 

Se encendió la luz y apareció, como siempre, quitándose el abrigo y colgándolo detrás de la puerta. Solía asomarse al balcón y miraba en dirección a la terraza y al reloj de la torre. 

Estaba preciosa en la penumbra. Su abundante pelo castaño aparecía como un sedoso y brillante velo, moviéndose por la brisa templada. De vez en cuando, se lo colocaba con un suave movimiento de su pequeña mano. 

Desde su silla de mimbre, apoyado de codos en la mesa, creía ver aquellos ojos soñadores a refugio de unas cejas llenas de energía. 

Eran amigos y sabía que era impetuosa y llevaba a adelante todo lo que emprendía, entregándose por completo a cualquier proyecto. A pesar de todo, le quedaba una deuda pendiente, matricularse en diseño y decoración y eso, seguro, que también lo conseguiría. 

Parecía pensativa, quizá estuviera cansada. 

La llamaría mañana para tomar algo por ahí, es posible que luego tuviera tiempo de comer con él. 

Cada día la amaba con más fuerza, sería capaz de abandonar todo por aquella chica. 

Al cabo de un rato, ella se giró y su exuberante busto se remarcó a contraluz; desapareció como un sueño cuando cayó la tupida cortina. 

Suspiró y se levantó en dirección al coche, es posible que esta noche tampoco pegara ojo, cada vez estaba más enamorado. 

Las campanadas de las siete sonaban tan fuerte como los latidos de su corazón. 

Tenía que decírselo, no podía más. 

Mañana sería el día, en aquella terraza llena de sol al sonar las doce campanadas, así no se oiría su corazón galopando locamente... 

Suspiró profundamente mientras su madre le repetía que como le había ido el día. 

- Hijo, cada día estás más despistado o sordo. 

Él sonrío y la dijo, - Mamá, mañana me llevaré unas rosas del jardín. 

Ángeles Sánchez Gandarillas
28-II-2012

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